Su imagen de “frikies guays” alimenta tanto a las revistas de tendencias como a la mitología popular: el compositor Ethan Kath, escondido tras su barba y capucha, cultiva una pose de asceta de la música que se retira a los bosques a trabajar en las canciones como ha declarado para MONDOSONORO y la cantante Alice Glass nos fascina tanto como nos asusta por esa pinta de desequilibrada que tiene. Ejemplo: “la canción Celestica proviene de una compañía canadiense que fábrica plástico. Un trabajador se suicidó tirándose a un depósito de plástico líquido” (MONDOSONORO). Sin embargo, ya han perdido el factor sorpresa y despachando un segundo disco tan continuista como este, el futuro del dúo canadiense queda un poco en el aire, desde luego no parece que su limitada (aunque acertada) fórmula pueda ser estirada mucho más. Ellos siguen con esa electrónica de “Serie B” (me los imagino encerrados en un sucio garaje lleno de sintetizadores de segunda mano con cables por todos los lados remendados con cinta aislante) más cercanos a la vieja escuela del rock que al mundo tecnológico, si bien puede apuntarse como novedad que se han polarizado aún más sus piezas entre el terrorismo sónico (“Fainting Spells”, “Doe Deer”...) y las delicias bailables (“Celestica”, “Baptism”, “Suffocation”...) casi tecnopop (“Not in Love”). En cualquier caso son recomendables, si bien se disfrutan más escuchando canciones sueltas que el disco del tirón.
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