Antonio Vega es la prueba irrefutable de la existencia del alma. Sólo acudiendo a argumentos metafísicos puede explicarse que ese cuerpo apuntalado pueda llenar de tanta energía una sala llena de gente. O se tiene o no se tiene, y Antonio lo tiene, incluso a pesar de si mismo.
Un público de varias generaciones entregado se reúne alrededor del ídolo. Es la liturgia de la música pop. Unos músicos de acompañamiento que creen en lo que están haciendo (y cuando digo músicos digo músicos): tres guitarras, un bajo, un batería y otro a los teclados. Antonio cambia continuamente de guitarra buscando el sonido perfecto para cada uno de sus clásicos y a fe que lo consigue.
El día siguiente en el “Penta” me tomo una copa mirando las fotos de Nacha Pop y me pongo melancólico.
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